Veo circular muchas publicaciones sobre Trump y Pfizer, insinuando un acuerdo secreto o un supuesto estrangulamiento por parte de Albert Bourla… En realidad, la situación es mucho más clara y brutal: Pfizer, como todos los gigantes de la Big Pharma, se vio obligada a aceptar una rebaja masiva de los precios de sus medicamentos, que oscilaba entre el -50% y el -85%, a raíz de un acuerdo impuesto por Donald Trump.
¿Por qué? Porque por fin ha salido a la luz un hecho asombroso: Estados Unidos representa menos del 5% de la población mundial, pero genera casi el 75% de los beneficios globales de la industria farmacéutica. En otras palabras, durante décadas fueron los contribuyentes estadounidenses quienes financiaron los exorbitantes beneficios de Big Pharma, mientras pagaban por sus tratamientos entre tres y cinco veces más que el resto del mundo.
Y eso no es todo. Como parte del acuerdo, los laboratorios no sólo han tenido que aceptar precios más bajos: ahora están obligados a invertir miles de millones de dólares directamente en Estados Unidos -en investigación, producción y nuevas fábricas- o enfrentarse a derechos de aduana del 100% sobre sus importaciones de medicamentos patentados.
Está claro que Trump ha dado la vuelta a la tortilla:
Los precios de los tratamientos en Estados Unidos se equipararán a los de otros países desarrollados.
Los laboratorios ya no podrán vender más barato en el extranjero que a los estadounidenses.
Las inversiones tendrán que realizarse en suelo estadounidense o enfrentarse a sanciones comerciales.
Es un cambio de paradigma que está trastornando todo el modelo de negocio de la industria farmacéutica mundial. Durante mucho tiempo, las grandes farmacéuticas se aprovecharon del «mercado cautivo estadounidense» para obtener márgenes colosales, mientras reducían drásticamente los precios en Europa y Asia para conquistar esos mercados. Aquellos tiempos han pasado.





